3/7/08

PINTO Y RECUERDO ...

Nací en Guichón, cuando aún era un pueblo.
Mi niñez fue muy feliz junto a mis padres y hermanos.
Disponía de mucho espacio para jugar, correr y hacer casitas con mis hermanas mayores en el terreno donde estaba nuestra casa.
Cuando llovía corríamos descalzas por las cunetas de las calles, jugando en el agua.
Críabamos gallinas y observábamos cuando los pollitos rompían el cascarón.
Eran escasos lo juguetes y los libros, pero yo tenía muchas muñecas de trapo que cosía y rellenaba con lana.
Recortaba de catálogos de London París mujeres, hombres, niños y con ellos me entretenía mucho tiempo imaginando fiestas y reuniones, mientras dialogaban.
Tarritos, cajitas, me encantaba juntar y también tener muñecos muy chiquitos de celuloide, que sólo un comercio vendía.
Íbamos a la Estación a ver la llegada de los trenes y del motocar, que así le llamaban al coche-motor.
Recuerdo la noria junto al tanque y al burrito dando vueltas para extraer el agua que después se daba a las máquinas vaporeras.
En mi época y en mi pueblo, las niñas jugaban a la ronda, al Martín Pescador, a la cuerda, a la rayuela, al puentecito. Los niños con aros que hacían girar con una varilla, juguetes caseros como carritos, carretillas y camiones. Jugábamos a la escondida, Piedra Libre.
Pude conocer lugares hermosos y recorrerlos muchas veces, como los Palmares, la Cuchilla, el Arroyo Guayabos, Santa Ana y el Río Queguay.
Los árboles, las flores silvestres, los animales, el perfume del pasto verde, el silencio de un camino, el canto de una cascada de agua tuvieron atractivo para mí.
Vi muchos nidos que nunca toqué; las mulitas, los carpinchos, las gallinetas y escuché en las noches, a los zorros merodear en el campamento esperando el momento oportuno para robar la comida.
Me gustaba salir con mi padre cuando pescaba tarariras con la fija, mientras dormían en lo playito del arroyo y caminar muy despacito para no hacer ruido al pisar ramas.
Sacaba mojarritas y comía Pitanga y Mburucuyá.
Todas esas vivencias de niña dejaron en mí una huella, un profundo amor por la naturaleza y pasados los años han sido temas de pinturas.
Fui a la escuela y me gustaba mucho recitar poesías y leer trabajos que escribía. Por eso participaba siempre en actos y fiestas.
De mi madre aprendí a disfrutar de la poesía.
Me gustaba dibujar y pintar y lo hacía en todo papel que llegaba a mis manos; no se disponía antes de tantos papeles y lápices como ahora y tantas pinturas.
En el liceo aprendí a usar papeles y tinta china. La Profesora de Dibujo nos invitaba a la casa y con sus materiales hacíamos trabajos. Aún conservo uno de ellos.
Conocí Paysandú cuando tenía diez años. Recuerdo los puentecitos de la calle Charrúas, los ómnibus, el hermoso frente del Hospital Galán y Rocha, muchas calles empedradas.
Venía después a menudo a casa de mis tíos.
Me gustaba observar los inmensos depósitos de combustible de compañía Shell en calle Salto, el muelle del Ferrocarril en el río y ver a Tino llevar las vacas a pastar y tomar agua. Es mía esta ciudad como es tan mío Guichón, sobre el que también he pintado.
Aprendí a querer a Paysandú porque aquí cumplí mi vocación: ser Maestra y tuve otro hogar, otra vida, no ya de juegos como cuando era niña. Estudios, tabajos, responsabilidades, pero mucha felicidad.
Fueron los niños con dificultades de aprendizaje y los de capacidades diferentes a los que dediqué la casi totalidad de mi vida de docente.
Han pasado los años y Cerámica, Escultura y Pintura han ocupado un importante lugar en mi vida.
He visitado muchas escuelas que me han invitado y he pintado con los niños. He llevado mis cuadros y les he explicado sobre las técnicas, como también sobre mis pensamientos y sentimientos que he querido expresar.
En exposiciones he recibido visitas de clases.
Aún después de alejarme por muchos años de las aulas, siento a veces la necesidad de mantener un vínculo vivo con la escuela, ese centro que me permitió dar lo mejor de mi misma y que me nutrió, me formó educador al contacto con los niños.